El primer día

Tenía trece años, apunto de cumplir catorce, y era mi primer día en el internado. Mis padres se acababan de ir tras ayudarme a deshacer las maletas y, ahí estaba yo, sentada en una de las cuatro camas, sola, recorriendo con la mirada lo que iba a ser mi habitación los próximos tres años. Mi corazón palpitaba a pocos centímetros de mis orejas y mis ojos amenazaban con derretirse en un mar de lágrimas. Miré por la ventana, la gente iba llegando a cuenta gotas, yo había sido de las primeras. De repente una chica rubia, muy guapa, irrumpió en la habitación con una aplastante seguridad. Llevaba, como única prenda, unas bragas mínimas y, como única arma, unos grandes pechos que apuntaban firmemente al enemigo. Estaba muy desarrollada para su edad, o quizás es que yo lo estaba muy poco, en esa época tenía más omóplatos que tetas y hasta ese momento no me había importado demasiado la carencia. Rogué desaparecer, y debí de hacerlo porque la chica se comportó como si no hubiera nadie en la habitación. Sacó un Tampax del cajón de una mesita de noche y se paseó de una punta a otra con la varita mágica de contención. Se sabía divina, era muy consciente de sus “suertes”. Se asomó a la ventana e hizo señas a alguien mientras se medio tapaba con la cortina. Se metió en el cuarto de baño cerrando la puerta tras de sí de forma decidida. “De forma decidida” también se puede leer como “con un sonoro portazo”.

Abrí mi armario, tenía flojera y sentía una pena inmensa por mi montoncito de huesos. Cogí un manojo de regalices rojos que, cual castor, iba mordisqueando mientras observaba el altillo de mi armario. Estaba repleto de compresas precintadas en bolsas de colorines. Yo aun no era mujer en términos reproductivos pero mi madre se empeñó en llenarme la maleta de compresas de todo tipo y color, convencida que de ese año no pasaba.
Quise llorar, no sé si por mis escasos pechos, por mi cargamento inútil de compresas, o porque me veía a años luz de esa pretendida madurez de la chica rubia. Bajé a llamar a mis padres hecha un mar de lágrimas pero no conseguí nada más que un ligero desahogo. “Ya te crecerán la tetas, verás como muy pronto te haces mujer, ponte algodones en la punta de los zapatos si te quedan grandes, ni se te ocurra arremangarte la falda del uniforme, no pasa nada por llevar calcetines blancos, seguro que no eres la única, ten un poco de personalidad… Venga, cariño, ¡ánimo!, el año pasará volando…”.
En fin, que el tiempo pasó y yo me adapté. Tuve que depilarme las piernas sin apenas pelos, fingir interés por los chicos que por aquel entonces me daban bastante igual. Empecé a fumar. Al principio, cogiendo el cigarro como si quemara y dándole una calada como si soplara un silbato, con el tiempo y la práctica, mi técnica se fue sofisticando. También aprendí a arremangarme la falda por encima de las rodillas, y simulé cien veces que me gustaba el sabor amargo de la cerveza. A la ciento una me hice adicta a todo lo malo. Por fin había llegado esa adolescencia tardía.

5 comentarios:

  1. Vaya María !que recuerdos!, la verdad es que en algún tramo me has sacado una sonrisa... porque es que tener ese primer momento del primer día de internado con semejante rubia con las tetas apuntando al enemigo, mientras una tiene apenas dos almendrillas, debe ser de entrarte ganas de desaparecer como tú dices y hasta de más, pero así es la madre naturaleza con sus hijas, unas tienen tetas y otras tetillas, unas las tienen antes y otras ya sabes, después... me sonrio ahora mismo mientras te escribo porque mi hija pequeña (tiene 13 años) tiene una obsesión con esto de las tetas, ella es de las de desarrollo tardío, tampoco tiene la regla, ni apenas vello, y, por supuesto tiene dos almendrillas... con unas ganas enormísimas de que le crezcan, que, no se que se le infundirá a ella con esto de tener tetas gordas, pero continuamente me está preguntando qué cuando le van a crecer las tetis... te sonará ésto, quizá ¿no?.
    No se nada de la vida de un internado, pero, una adolescencia en un internado, intuyo tiene cosas buenas y malas... las buenas es que, para una adolescente, seguro le es más atractivo vivir en una habitación con otras tres chicas de su edad, con más complicidad, que vivir en su casa con sus padres... ya sabes, esa guerra de los adolescentes con sus padres, y lo sé por experiencia personal, que, con la adolescencia hemos topao.
    Las cosas malas es que, vivir esa etapa tan dificil en el fondo sola, debe ser duro de cojones, -o de ovarios, en este caso-... recordarlo ahora con placidez y con su pizquita de humor, fantástico, algo que dice que, se creció, se maduró, y que, seguimos ahí, caminando.

    Un besote, de esos gorditos y sonoros

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  2. Hola María:
    Primero agradecer que te pasarás por el blosss.

    De tu texto me gusta tanto la irrupción de "pechos grandes" en el momento en el que la narradora parece resignarse a lo previsible y después el hallazgo de la maleta de compresas que funciona como una prolongación del "brazo protector" materno.

    Releído el texto no puedo obviar una observación:
    ¡Y yo que creía que el "tamaño" les preocupaba sólo a los hombres! Aunque todo hay que decirlo, hay hombres que el "tamaño" les continúa preocupando casi toda la vida. Supongo que es porque la adolescencia tiene tiempo,pero no edad.

    salut,
    hugo

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  3. apm, me ha encantado tu intervención, ¡mujeres!…, tan complicadas y a la vez tan previsibles… Y si, la verdad es que el tiempo te da esa pizquita de buen humor para mirar hacia atrás y aprender.

    Hugo, gracias por tus comentarios. Es cierto, a alguna nos importa de veras el tamaño, aunque el tiempo y otras experiencias te enseñan a conformarte con lo que tienes e incluso a verlo como una virtud. Madurez…, esa otra etapa que llega sin avisar.

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  4. He disfrutado con la lectura y con los comentarios de apm y también con el tuyo. Sí, mujeres, tan complicadas e imprevisibles. Dicen que el lenguaje lo inventó la hembra. Los antropólogos no se ponen de acuerdo y parece un tópico pero en todo caso, son escritores y por supuesto lectoras, sin lectoras no habría escritores.
    Pues sí, me ha encantado. He viajado al internado, he visto los dientes de castor devorando golosinas mientras la otra con tetas y tampax. Lo comprendo perfectamente. En primera persona con las comparaciones y descripciones precisas. Sencillo y evocador.

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  5. Otra visión: en el paso de niño a adolescente consideraba que las chicas con las tetas grandes eran tontas. Siempre. La capacidad mental de una chica era para mí inversamente proporcional al tamaño del pecho.
    Tiene explicación: me pillo esa edad en una exaltación masiva de la teta en España y no de la teta pequeña, del tetón. Las que salían en revistas, por la tele y cosas así, luciendo tetón, eran unas descerebradas del carajo. Súmenle a que, casualidad, las 4 de mi clase a las que salieron antes y con potencia respetable, se crecieron en la pavez al sentirse admiradas de los chicos (mayores, a nosotros ni caso) y se pusieron tontas también.
    Mi teoría era infalible y demostrable. Con el tiempo comprobé que no, que la teta no desmerece el intelecto, pero ya fue tarde y me quedó el gusto por lo escaso. Traumas de crío...
    Saludos.

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