la furgo


Viajar en furgoneta, ¡qué gustazo!. He tenido dos experiencia magníficas viajando de esta forma. Es un viaje por fuera, pasando mucho por dentro. Es difícil de definir...; te invade una sensación de control, de ser dueña (y en consecuencia responsable) del mundo y de tu vida. Te vuelves grande y a la vez te recoges, ordenas y doblas para poder vivir y convivir en tan pequeño espacio.
La primera furgoneta era de carga, si no recuerdo mal, era una Renault Express o parecida. La tuneamos por dentro para convertirla en una cómoda habitación doble. Fue allá por los 90, e hicimos una ruta por Italia que duró un mes. Acabamos comiéndonos el mapa y visitando Eslovenia (Lubjiana), Austria y Francia. Nuestra casa estaba en cualquier sitio; en Niza dormíamos en la cima de la montaña con vistas privilegiadas al puerto, en Talamone habitamos en la playa, en Roma cocinábamos espaguetis en plena Via Cicerone y dormíamos delante del Coliseo, o frente a las ruinas de Adriano. En Florencia dormíamos con Santa María de Fiore custodiando nuestro sueño. Y siempre así, eligiendo la mejores vistas y la mejor compañía.
Viajamos en Agosto, y el sofocante calor hacía que cada uno buscase su rincón burbuja dentro de otra burbuja.
La segunda furgo la viví en Nueva Zelanda. Al principio cogimos una furgoneta demasiado grande con muchos extras y poco espacio para la imaginación. Además de que nos costaba enormemente manejarla, también nos limitaba el acceso a cualquier sitio, nos obligaba a aparcar fuera de las ciudades o en lugares adecuados para nuestro enorme casa con ruedas. Pensamos que eso no era ser dueños de nada, así que al final la cambiamos por una más pequeña y el resultado fue un viaje mucho más grande. Presenciamos las mejores vistas imaginables, conocimos colores nuevos y carreteras solitaria e infinitas. Pueblos que anunciaban el fin del mundo y simetrías mágicas entre lagos y montañas. Conducir en ese cuadro era un placer indescriptible, parecíamos los únicos habitantes del planeta escoltando las maravillas del mundo.
También era agosto y en las antípodas era invierno. El viento y el frío hacían que nos recogiésemos mucho ahí dentro. Nuestras narices moqueaban continuamente, pero el brillo de nuestros ojos no se debía al trancazo. El frío hacía del espacio un NO ESPACIO en el que sólo existíamos mi marido y yo. Uno más uno igual a uno, dos igual a infinito.

6 comentarios:

  1. también me revolucionó el evangelio según jesucristo...

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  2. Gracias,
    María por esté maravilloso viaje por el espacio, el tiempo y el cariño, que en tus palabras siento.

    Mis Besos cielo.

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  3. Un texto de viajes que sólo leerlo te incita a emularlo y buscar días y vehículo para realizarlo.

    El viaje en furgoneta es un viaje en libertad. Yo también, en los ochenta, hice en compañía de unos amigos una ronda por la Costa Azul. En este caso era una modesta Citröen C15. Nos fue muy bien y tuvimos muy poco rechazo por lo "original" del transporte en los sitios que visitábamos.

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  4. Si todavía no lo has hecho, María, lee "Los autonautas de la cosmopista", de Julio Cortázar. Relata autobiográficamente un viaje de un mes sin salir de la autopista París-Marsella. De verdad, una joya. Y totalmente de acuerdo contigo: una frago es lo mejor para viajar.

    Saludos.

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  5. !madre mía, que experiencia y viaje más espectacular!, a Nueva Zelanda nada más y nada menos... estoy contigo, solo viajando en furgo se aprecia realmente la libertad de viajar, lo de sumar uno y uno con uno, y dos con el infinito, hace que el viaje (y todo) sea muchísimo mejor.

    Preciosa la entrada, María. Un besote supergordo

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  6. Me has hecho recordar aquellos viajes de antes.

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