Entre gallos y gallinas

Mi marido y yo estábamos en medio de una acalorada discusión. Las venas se dibujaban serpenteantes en nuestros tensionados cuellos y las palabras desagradables brotaban con una agilidad inusual. Lo que había comenzado como una reunión familiar de dos para solventar ciertos problema administrativos de la casa, acabó siendo una trampa en la que ambos poníamos de manifiesto lo que el otro NO hacía por el bien común. Reconozco que mi carácter vehemente hizo que me saliera de tono más de una vez y mientras sacudía a mi contrincante con sentencias, a veces, injustas, eso era lo de menos. Mi orgullo se había hecho con las riendas de la situación y acariciaba mis cuerdas vocales como si fueran un arpa. Las notas que salían por mi boca consiguieron knoquear a mi desconcertado marido.

Avergonzada de mi escaso control, decidí salir corriendo del salón dando un portazo para no desdibujarme. Era mi manera de poner punto y final a una pelea que iba a la deriva, pero en la que no quería ceder ni un ápice. Llegué al cuarto de baño, la única habitación con cerrojo. Me encerré en mi bunker baldosado y con olor a Pato WC, y me senté en el suelo escondiendo la cabeza entre mis rodillas. Mi marido hizo dos intentos, que sabía perdidos de antemano, para que saliera. Sólo consiguió un par de rebuznos de su metamorfoseada mujer.

Media hora de silencio después, decidí salir de mi frío convento. Me ayudé del bidet para levantarme y estirar mis agarrotadas piernas. Quité el pestillo sigilosamente, agarré el pomo de la puerta bajándolo suavemente, pero la puerta no se abrió. Lo volví a intentar con menos cuidado y la respuesta fue la misma. Nerviosa, empecé a sacudir el pomo arriba y abajo. Nada. No se abría, me había quedado encerrada en el baño.
Padezco de una aguda claustrofobia, así que mi orgullo comenzó a descender desde la laringe hasta el dedo pequeño de mi pie izquierdo y comencé a pedir auxilio a mi, media hora mudo, marido. Este Santo apareció rápidamente tras la puerta e intentó calmarme con ejercicios de respiración: “¡Qué respiración y que hostias!, si lo que me falta es aire, abre esta puta puerta ¡yaaaa!”.

Tras varios intentos afanosos por su parte y algunos desesperados por la mía, la puerta seguía sin abrirse así que no nos quedó más remedio que llamar al RACC (que, para quien no lo sepa, abre puertas). A la media hora de la llamada, hora y media de encierro, apareció un somnoliento trabajador del RACC, eran ya las tres de la mañana. Forzó la puerta con una radiografía y ésta se abrió, sin más. Yo salí de mi celda con la mayor dignidad posible intentando no mirar a mi marido que debía estar haciendo esfuerzos sobrehumanos para no carcajearse en mi cara. El del RACC parecía decepcionado, en lugar de salir una bella mujer enrollada en una sugerente toalla, salió media mujer con lagrimas negras tatuadas en la cara y los pelos de punta. Lo despedimos firmando unos papeluchos que dejarían constancia de mi ridículo aislamiento.

Una vez solos, mi marido y yo ya no estábamos enfadados. Él tuvo la suficiente inteligencia como para no reírse de lo sucedido y dejar la sorna en el cuarto de baño. Yo ya ni me acordaba de por qué habíamos discutido y concluí aturdida que, a veces, es más necesario gritarnos los unos a los otros y desahogar frustraciones perdidas, que tener razones reales para hacerlo.

9 comentarios:

  1. Esa anecdota me parece bien interesante
    y es bueno salir de ella
    al final te reirás

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  2. esa anécdota fue ejemplar
    al final con el tiempo te reirás
    fue bueno ponerla por escrito
    ya la mirarás con distancia

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  3. Las broncas salen asî, y luego ni te acuerdas de lo que las provocaron. Ese encierro al menos sirviô para algo. Hay que tomarse asî las cosas. Y sî, pienso como tù, mejor sacar para afuera lo que uno lleva dentro, que no encerrarse en un silencio claustrofôbico como el de un cuarto de baño..

    Besos

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  4. :) Tienes razón, hace falta liberar toda la energia negativa que acumulamos de poco a poco, y a veces por desgracia los que tenemos más cerca son los que tienen q aguantarnos. Un santo tu marido eh :)

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  5. Pero qué bueno! Te superas cada entrada que haces
    Un besote María!

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  6. María, tengo que decirte en primer lugar que tu entrada me parece genial, sencillamente genial, y el título entre gallos y gallinas: acertadísimo.

    Si lo piensas bien, sobre todo ahora, después de sucedido, no deja de tener su gracia, a pesar de la claustrofobia (yo también lo soy y comprendo perfectamente la situación) y lo ridículo de la escena: imagínate a ese cerrajero radiografía en ristre y con las explicaciones de tu marido... pues mire, es que mi mujer se ha quedado encerrada en el baño....

    Lo mejor de todo, sin duda, que, después de la airosa y toda digna salida, el enfado gordísimo se había esfumado. Tus sabias palabras con las que terminas, me han parecido de lo más: estoy contigo, efectivamente es más necesario gritar y desahogar frustaciones que tener razones reales para hacerlo.

    Te mando un besazo enorme, María

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  7. Sucede... es mejor salir de vez en cuando del corral para cacarear más fuerte que el resto y luego de desplumarse un poco, volver.
    Me gustó el relato. Un abrazo, María.

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  8. Sucede... es mejor salir de vez en cuando del corral para cacarear más fuerte que el resto y luego de desplumarse un poco, volver.
    Me gustó el relato. Un abrazo, María.

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  9. Comparto la opinión de apm. Me parece muy un texto muy ocurrente tanto el planteamiento como la resolución final con el respetuoso marido.

    Comparto contigo la claustrofobia y el miedo a esos baños cerrados, sin ventana y con ese maldito pomo que se puede romper en el peor momento... ¡y sin una radiografía a mano!

    Manel

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