¡Quiero un vestidor!


Un sueño que compartimos casi todas la mujeres es tener un vestidor enorme, colosal. Una habitación destinada a nuestra percepción estética del mundo de la moda. Estanterías llenas de principios filosóficos acerca de lo que complementa a una mujer. Cajones rebosantes de ideales eróticos delicadamente doblados entre lencería fina. Un suelo enmoquetado por un mosaico de zapatos de diferentes alturas y hechuras. Tacones que te suben hasta las montañas más altas frente a Helena de Troya, y obligan a tu mentón y tu cuello a formar un ángulo perfecto de 90 grados. Espejos delante, detrás, abajo y arriba. Un sinfín de subjetivos “yos” que pretende regalar una imagen cubista de lo que uno “es”. Paredes forradas con cascadas de collares que cuelgan como medallas y sólo te hablan de batallas ganadas. Cinturones que oprimen lo justo y detallan lo exacto.
Como Superman de su cabina, tu sales triunfal de tu vestidor, como parida por Zeus, porque has dado forma a tu estética. Y aunque la forma bebe del fondo, y el fondo se afianza en la forma, aquí sólo se habla de adornos que desvían la atención.

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