Cigarrillo

Hace ya cuatro largos años que me despedí de Cigarrillo, mi mejor amigo de entonces. Durante los primeros meses percibía su ausencia cada segundo. Lloré toda una semana y lo recordaré toda una vida.

Nuestra relación era cada vez más asfixiante, Cigarrillo se había vuelto manipulador, egocéntrico y ambicioso. Me tenía totalmente poseída y mi estado de humor dependía tanto de él que me dolía. Esta dependencia se hacía palpable en lugares donde me era vetada su compañía: En los vuelos trasatlánticos, en reuniones prolongadas, en el cine, en restaurantes afiliados a la liga antitabaco, etc. Sufría como una bellaca sin él, no era una relación sana.

Lo dejé de cuajo, casi sin planteármelo, era lo mejor. Lo sustituí por un Cigarrillo de plástico que mordisqueaba desencajada. En el mundo de los Cigarros, este desaire debe equivaler a cambiar a tu pareja por un muñeco hinchable mal dotado.
Cuando nos separamos, yo perdí mucha profundidad como persona. Si alguna vez se había apreciado un alo de misterio y relieve en mi personalidad, se había diluido como el humo de Cigarrillo. Mis dedos ya no servían para nada, podían amputármelos que ni me enteraría. Las manos sólo eran un apéndice torpe que me sobraban del resto del cuerpo. Me empezaron a salir granos por toda la cara, y yo que hasta la fecha había conseguido librarme del tan mortal y vulgar fenómeno cutáneo. Mi café con leche lo añoraba muchísimo y me echaba miradas escalofriantes, mi ropa no se reconocía con su perfume a Mimosín. Todo estaba agujereado por la ausencia de Cigarrillo: las puestas de sol, los debates acalorados, el baño en la playa, el post-coito, la salida del cine, las charlas por teléfono….

La vida ya no era vida sin Cigarrillo. Dejé de leer. Sin él las lecturas carecían de sabor. Dejé de quedar con otros amigos, de lo único de lo que hablaba era de lo mucho que le echaba de menos. La gente evitaba mi aburrida y compasiva compañía. Mi pareja entraba en casa sin quitarse el casco de la moto hasta que se aseguraba de que el cactus en el que me había convertido, roncaba entre las sábanas agujereadas.

Andar por la calles y llegar a mi destino se había convertido en una difícil proeza, si me cruzaba con alguien disfrutando de su fiel Cigarrillo, levantaba la nariz y seguía la estela de su humo como si se tratase de las notas del flautista de Hamelin y yo fuera un insulso ratoncillo.

Cuando me quedé embarazada ya habían pasado tres años desde la dolorosa ruptura. El humo y el embarazo suelen ser una foto casi siempre mal revelada, a pesar de que mi madre me gestó durante 270 cajetillas de Ducados.

Con el tiempo, he aprendido a vivir con su ausencia, pero siempre fantaseo con una reconciliación. Me enorgullece pensar que finalmente soy yo quien toma las riendas de mi vida, aunque a veces haya que optar por el camino más difícil. Pero cuando me sorprendo hipnotizada ante los movimientos pausados y sinuosos del Cigarrillo del vecino, comienzo a dudar de quién sigue mandando en quien.

4 comentarios:

  1. En las cajas de cigarrillos dice "FUMAR ES DAÑINO PARA LA SALUD" Te invito a leer mi post titulado Lieralmente sólo para fumadores. Suerte

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  2. Querido BS, ojalá fuera tan fácil escuchar, leer y comprender. A veces no se trata de ver las cosas claras, si no de ser capaz de hacerlas.

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  3. Qué bien narrado. Y lo dice un fumador empedernido de Ducados, claro que ya abandoné, o me hicieron abandonar otros vicios, o placeres, o...
    Saludos desde la nave

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  4. Mil gracias Jose. Sólo se renuncia a un vicio por otro vicio… cachis!

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